diciembre 09, 2009

Descendencia

El hombrepájaro se enamoró de la mujerrata. Luego del prólogo de la pasión, común a todos los encuentros macho - hembra, buscaron un lugar donde vivir y envejecer juntos. La mujerrata eligió un depósito de cartón: galpón gigante con aspecto de loft venido a menos. El hombrepájaro accedió aunque hubiera preferido el tejado más alto de la iglesia, con vista panorámica al parque de los puentes y el fondo musical de las campanas.

Después de un tiempo de cuadrada convivencia el anuncio de embarazo por parte de la fémina vino a sacudirlos. Como una muerte no anunciada o un llanto de niño en las siestas de enero.

Una mañana oscura la descendencia asomó al mundo su grisácea cabeza: un pequeño murciélago gritón y ciego. Los padres se escandalizaron ante la progenie; no tendría la velocidad de la madre para escalar tirantes ni el asombroso plumaje ambarino del padre. Lo confinaron al exilio. No le dieron alimento ni apellido ni confortable cuna.

Desde entonces, danzan en la ciudad sucesores de aquel bicho con poca suerte, tratando, inútilmente, de armar su árbol genealógico. Como a otros, la orfandad los apartó de básicos privilegios.